Al final, todo tiene un sentido casi reparador, sobrehumano. Dicen que algunos dioses juegan con el destino de los humanos. Sus minúsculas existencias sirven para entretener la ociosidad en la magnificencia del paraíso que les corresponda, ya sea el Valhalla, el Olimpo, la Yanna o el Cielo. Pero ¡Ay de aquel! que juegue a ser dios en las disputas entre mortales, pues en él fijarán sus ojos y medirán su destino por la osadía de su afrenta, mostrándole así el tablero por el que deberá discurrir al son del turno divino. Eso fue lo que aconteció con Nohokai, hijo de Kaleu, jefe del poblado maualea en la falda de un volcán de una isla diminuta del pacífico. Valeroso guerrero, pero imprudente y necio, quiso desafiar al dios que estaba de guardia, retándolo a nombrarle emperador de las islas. Lo invocó al tercer día tras humillar a su oponente, Keanu, un pacífico pescador de marlines y dorados que se ganó el respeto de sus habitantes con sus profundas reflexiones ante cualq...
El Turiferario. Año de Nuestro Señor de 1582. 4 de octubre. Salió como alma que lleva el diablo por la Puerta del Infierno. Bueno, casi literalmente. Lo de la puerta viene a cuento porque es así como designaron a uno de los cinco majestuosos umbrales que dan entrada —y en este caso también, “salida”— a otras tantas naves de la Catedral de Santa María de Toledo. Construida encima de una antigua mezquita, como era costumbre a principios del XIII en el interminable “tuya-mía” entre moros y cristianos, se irguió durante los tres siglos siguientes como la capital religiosa del cristianismo español. El que huía era, de nuevo, Guillermo, el turiferario. Un chaval de no más de 13 años, octavo hijo y póstumo de Doña Isabel, viuda de Don Rafael de Atienza, médico de pro, que fue víctima dos años atrás de las fiebres que azotaron al populacho del virreinato de ultramar. Sus restos descansaban bajo el suelo de la Capilla Mozárabe con una inscripción esculpida que rezaba así: «Aquí yace Don ...