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ENSOÑACIÓN


 



 

-Alonso! ...Alonso! ... ¿Me oyes?

(Piit…piit…piit…piit…piit.  Se cierran las puertas...)

Por fin dentro… con la cara roja, sudorosa, la corbata estrechando la respiración, y exhalando el aliento a raudales, Alonso consigue sujetarse con una mano a la barra trifásica del vagón de cola del metro de la línea 5, la azul. Quedan 14 paradas, como el Vía Crucis…

Va aferrado a la mano de su primogénito de 10, Alonsito, y éste, a su vez, a la de Laura, de 8, con los mocos subiendo y bajando por su minúscula nariz.   Y escondida en una mochila portabebés, Nerea, dormida, ignorante al ruido y al traqueteo.

 Consigue, por fin, sujetar su IPhone con su hombro y su oreja izquierda.

-Alonso! ¡No sé qué haces, cariño, pero no te oigo...!

-Mercedes, mi vida, esto no puede seguir así… ¿Estás segura de tu decisión?

- ¡Por fin, Alonso...!  ¿Te pasa algo?

- ¿No pasa nada, pero… estás segura?

- Sí. Tengo fe en nosotros, cariño. Todo irá bien. Confía en mí.

A sus 39 años, después de haber naufragado en plena crisis de las “sub-prime”, y habiéndolo perdido todo, Alonso y Mercedes renunciaron a una vida de lujo impostado, y a una residencia vip en la parte alta de Pedralbes para ir parar a un humilde pisito en un rincón del barrio de Horta.

Mercedes, de 37, a su vez, se planteó finalmente aceptar su nuevo empleo, como encargada de departamento, en una multinacional de ropa de bebé, de línea innovadora, recientemente introducida en Cataluña, desde los lejanos hielos de Finlandia.

La vida en dos realidades paralelas:

 La de Alonso, en los raíles del ferrocarril subterráneo, camino del colegio de Alonsito y Laura, con la mirada perdida en el exterior de la ventana, y entrando en la oscuridad del túnel junto con los rastros de un pasado reciente que no fue más que una ensoñación.

 La de Mercedes, en cambio, se antojaba luminosa, saliendo de un túnel distinto, a bordo de su Peugeot, con la mirada al frente y el pensamiento y su ilusión en su nuevo puesto de trabajo, después de 3 partos, y un paréntesis de 10 años.

-Sí, ya…No pasa nada, cariño, solo que no sé si hoy los podré dejar a tiempo en el cole, Alonsito no quería levantarse, y Laura no para de toser, además Nerea creo que se ha hecho de todo…

-Tranquilo mi amor, haz lo que puedas. Y si llegas tarde, no pasa nada. Acuérdate, antes de volver a casa, de recordarle a Isabel que Nerea tiene que tomarse las gotitas para el oído. En la guardería hay una chica nueva y quizás no lo sepa. ¡Ah!, y cuando vayas al mercado, recoge la fruta que encargué ayer.  Te quiero.

A cada estación del metro que transcurría, para Alvaro, su realidad enmudecía con el sonido de las voces de la gente y también las de sus retoños, que reclamaban una y otra vez su atención. Seis meses ya en el desempleo, y su orgullo en lo más profundo de ese túnel.

Sin embargo, Alonso observaba, vagón tras vagón, que debajo de la tierra, en el interior de ese gusano mecánico, existía un mundo ignorado para él hasta entonces, desconocido, lleno de almas sencillas, y que, como él, iniciaban su jornada compartiendo risas, pequeñas historias y confidencias, envueltos, algunos en un mundo digital alternativo, y otros, a la espera de la siguiente etapa, de la siguiente parada, del siguiente suspiro. También llenos de historias, de dramas, de problemas. Muchos de ellos, abandonados, solos, sin amor.

De repente, lo entendió.

Cogió su IPhone, abrió el WhatsApp, y tecleó:

Mercedes, soy el hombre más afortunado de la Tierra.  Duro con ellos. Te quiero.

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