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DAIBUTSU

 



 

- ¡Kichiro!, contempla con humildad la majestuosidad del Palacio Nacional, - le espetó con frialdad, su padre, sujetándose las manos en la espalda y observando a través de la ventana lateral del funicular de Montjuïc, recién inaugurado hacía apenas unos meses.

- Ya estamos llegando-, susurró mirándole hacia abajo, de reojo, sin bajar la barbilla del frente. - Pronto verás al “Daibutsu”, nuestro Buda, y sé que te iluminará. La Exposición Universal de Barcelona nos ha reservado el Palacio de la Industria, gracias a la deferencia del sobrino del Emperador.

 La mente de Kichiro viajaba a su Osaka natal mientras ascendía lentamente el funicular al fin del trayecto, y se perdía, melancólico, en las tablas del teatro de “Kabuki “, interpretando al “onnagata”.

Para Hiroshi Fujioka y su esposa, Kioko, el nacimiento de su hijo Kichiro, significó un obstáculo para la incipiente carrera militar de aquél, una vez que ya no pudo incorporarse al ejercito blanco de los aliados, frente al ejército rojo, en el conflicto de la guerra civil rusa, al final de los años veinte

-Demasiado cariño no es bueno para el carácter- repetía a Kioko durante 19 años, que fueron modelando la figura de un joven hermoso pero escuálido, cuyo mayor deseo era cantar y bailar con la cara pintada de blanco y vestido con suntuosas telas de seda.

En el exterior del Palacio de la Industria, se erigía un “Daibutsu”. En mitad del protocolo, Kichiro se escabulló de su padre y salió al exterior, para contemplar al Buda. Se inclinó ante él y humildemente le pidió que hiciese que su padre renunciara a incorporarle en la academia militar del ejército imperial. Extendió una mano hacia la estatua, la tocó ligeramente, y allí mismo desapareció el hijo del sol naciente…

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A Midori le temblaban las piernas aquella tarde de verano a la salida del metro del Liceo, consciente de que llegaba tarde al “casting” para cubrir el papel de “Cio-Cio San” en “Madame Butterfly”. A pesar de no ser conocida, Midori, a sus veinte años acumulaba ya mucho talento, desde que, a los 13, llegó a Barcelona y sorprendió al mundo con un excepcional “do de pecho.”

Con los focos en su cara, frente a los examinadores, comenzó nerviosa a mostrar su voz, pero tuvo que parar. No podía ser. Temió ser rechazada de inmediato, y salió a la fuga entre bambalinas, antes de empezar. Llorando de rabia por su repentino miedo escénico, escapó y se introdujo en el metro hasta el Paralel, hacia el funicular, y de allí, al teleférico, con la intención de gritar en soledad, desde lo más alto, Midori, La hija del sol … de poniente.

De pronto, el teleférico se detuvo. La ciudad se oscureció en segundos.

- ¡No, no, no, no, noooo!  Se asomó por una de las ventanas para calcular la altura, y cuando se giró estaba él:   Kichiro todavía con el brazo extendido, y con la boca abierta, no se podía creer lo que estaba viendo.

 ¿Quién eres tú? -Preguntó en japonés, Kichiro-.  ¿De dónde demonios has salido? dijo ella …un momento… ¿Hablas japonés?

Superada la incredulidad y lo absurdo de la situación, compartieron sus historias durante las seis horas que duró la avería. Kichiro le contó sus dotes de interpretación y a su vez, ella cantó para él como nunca había hecho. Kichiro admirado por la belleza de su alma gemela, mientras cantaba mirando al mar, quiso tocar sus cabellos, y desapareció.

Midori jamás contó lo que sucedió, al triunfar días después en el Gran Teatro del Liceo, obra que patrocinó, sin ella saberlo, la familia de Kichiro Fukioka.

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